jueves, 17 de febrero de 2011
Sonido Azul
Ahí se encontraba ella, encerrada en su cuarto con la luz apagada, sus oídos vibraban con los sonidos repetitivos y chispeantes que cambiaban en ondulaciones progresivas. Su intención era apaciguar su enojo, pero pasaba el tiempo y ni siquiera la música que más le gustaba lo lograba. Quería sólo desaparecer, entre la penumbra de su cuarto, quería que todo a su alrededor desapareciera, o que por arte de magia, su cuerpo se avaneciera entre aquellos sonidos electrónicos que salían de los auriculares de su reproductor.
Martha, una de sus mejores amigas, le había dicho la tarde anterior que no se enojará, que el hecho de que ella no tuviera mamá no debería importarle. Su mejor argumento, -en el intento de animarla, era que se fijará, la mayoría de los chicos del curso vivían con sus padres separados, y los que tenían la “fortuna” –usando un tono sarcástico, de tenerlos aun en pareja, ni siquiera los veían, porque nunca estaban juntos, ya que trabajaban todo el tiempo. “y cuando los ves, es peor, sólo reclamos y reproches, estudia, no salgas, haz esto, haz lo otro”. Pero estas palabras no logran apaciguar a Jana. Martha insistía “para qué quieres tener una mamá al lado, mira la mía, siempre esta discutiéndome todo el tiempo, es una pesada, no la aguanto, prefiero estar acá con tigo, y tu mal humor, que en casa soportándola”. Jana pensaba que Martha era medio yegua al decirle esto, pero sabía que lo hacia con la mejor intención, y que esa era la forma en que le salía.
Esa tarde, luego de que se despidiera de Martha en la puerta del colegio, Jana se puso a caminar. Iba como por inercia, en una dirección sin rumbo, esperando que el tiempo pasará, no quería llegar a casa, sabia que esa casa, era la confirmación de una ausencia. Al llegar se encerró en su cuarto como venia haciéndolo desde que vio, sin querer, unos documentos de su padre, que al principio no entendió, pero que luego se convirtieron en preguntas y dudas sobre su origen y sobre la ausencia de su madre.
Dentro de todas las cosas que pasaban por su cabeza, pensaba que su situación no se podía comparar con la de los otros chicos del curso, no era que estuviera mal, sólo que pesaba en esa ausencia, era un anhelo que entre más lo pensaba más crecía. Si pudiera buscarla, pero para qué –pensaba.
Empezó a fantasear que tener un mamá era tener cerca de alguien que la quisiera y la cuidara, no era que no la hubieran cuidado, sino que imaginaba como sería el cuidado de su madre. Tampoco le faltaba amor, su padre se había encargado de ser todo lo cariñoso y protector, que hubiese querido, la complacía en todo lo que ella quería. Pero con lo que no podía Jana, era vivir sin saber quien era su mamá. Tal vez si no se hubiesen enterado su vida seguiría siendo esa linda ilusión.
No había nada, ni una foto, ni un registro, ni un ápice para saber sobre el lugar, o el paradero de su madre. “por qué lo hizo, que la llevo a entregar su cuerpo de esa manera”, sabia que al hacerse estas preguntas un dedo de juicio se levantaba sobre su padre, y esto la enojaba, él que ha sido tan bueno con ella, no podía ser a la vez tan egoísta.
Esas ideas le venían sueltas, y ella trataba de liberarse de ellas tan pronto aparecían. Su padre era un buen tipo, un hombre trabajador, amoroso, sensible a sus necesidades, que en compensación de esta ausencia, había construido una mundo lleno de personas lindas y amorosas, que por momentos le hacían olvidar su origen, y la hacían sentir privilegiada. Ser una privilegiada era la contra cara de su sentimiento de ser una rara, como Frankeistein, un ensayo bien logrado de laboratorio.
Nadie sabia que ella lo había descubierto, ni la propia Martha, y estaba decidida a mantenerlo en secreto, para seguir siendo común, corriente, como todos creían que era.
Ademas Martha tenia razón –pensó, La pobre vivía en una familia que era un caos, ya todos en el colegio sabían que Carlos el hermano de Martha tenia problemas con las drogas, y que la amenaza de internarlo en una clínica era cada vez más realista. El padre de Martha le era cínicamente infiel a su esposa, y ella por vergüenza, se había recluido en su casa como una empleada domestica de su propia familia, cosa que molestaba profundamente a Martha quien veía a su propia madre con repudio, por no tener agallas de afrentarse a ese canalla que era su padre. Martha se aferraba a Jana huyendo de esta familia, y ella huía a su oscura habitación.
Sin embargo no era consuelo para ella pensar que la situación de su amiga era mucho peor que la suya. Por el contrario, la vida familiar de Martha, y su continuo refugio en su casa, la había llevado a quererla, de una forma tan cercana, como se imaginaba que podría ser el cariño que sentiría por su madre. Disfrutaba de su compañía, de sus charlas, de sus caricias y de sus besos. Martha tenia un carácter fuerte y siempre la alentaba a no enrollarse en ilusiones y reproches. Junto a ella la vida era algo que se podía disfrutar, como solo ellas dos podían hacerlo, juntas, queriéndose.
Jana cambio la pista que sonaba porque en este mar de pensamientos revueltos se había vuelto monótona. Un sonido fresco y electrizante cambio la vibración de sus oídos. Por un momento su cuarto se ilumino con una intensa luz azul. Ella pensó que esa luz sería parecida a la primera luz que vio en su nacimiento, se rió un poco, recordó que a veces el porro hace que se piensen boludeces. Se acomodo en la cama y quiso pensar seriamente que si pudiera recordar ese momento, tal vez seria el único recuerdo que tendría de esa mujer que alquilo su vientre para que ella se convirtiera en la hija de su padre y ahora en la novia de Martha.
Pintura: Wassily Kandinsky
Círculos (1926)
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