lunes, 23 de marzo de 2009

Adicciones a los juegos de azar



María es una mujer de mediana edad 55 años, viuda desde muy joven, luego de llevar cinco años de casados, el padre de sus dos hijos varones muere, a causa de un accidente aéreo. De profesión psicóloga se desempeñaba como socia de un instituto de enseñanza terciaria. María presenta problemas con el Juego, al que le dedica en promedio trece horas del día, especialmente al juego de maquinas tragamonedas y el bingo, en una proporción de menor frecuenta casinos. Ella empezó a jugar hace diez años a raíz de la partida del país su último hijo, quien viajo al exterior a realizar sus estudios de posgrado, quedando sola en su casa. Refiere que inicio el juego como una forma de distracción para sobre llevar el aburrimiento que le producía estar en casa sola todo el día y para disminuir las tensiones que le producía su trabajo en el instituto.

Cuenta que al principio iba a los lugares de juego con la idea de encontrar gente y sentirse acompañada; sobre todo en el Bingo en donde asistían otras mujeres, a diferencia de los casinos, los cuales pensaba como lugares más masculinos. En un principio los premios no le importaban, hasta que empezó a tener pequeñas rachas de suerte que le proporcionaban momentos de felicidad y reconocimiento por parte de las mujeres que frecuentaban con ella el bingo. Estas pequeñas rachas de suerte iban y venían, así que destinaba cada vez más tiempo en intentar recuperar el dinero que había jugado y perdido, o al menos equilibrar el monto de lo apostado con lo jugado; idea que le proporcionaba la sensación de haberse divertido sin gastar dinero. Esta forma de jugar hizo que sus apuestas cada vez fueran mayores al igual que el tiempo que permanecía en el lugar. Paso de frecuentar los bingos de vez en cuando a ir diariamente, jugando inicialmente una o dos horas, hasta llegar a pasar días enteros los fines de semana jugando.

Su hijo mayor empezó a notar la ausencia de su madre en casa y su reticencia a hablarle por teléfono y a decirle donde estaba, percatándose de que ella jugaba. Nunca le increpo nada, porque para él era una distracción lúdica, además sus obligaciones como recién casado no le proporcionaban tiempo para ocuparse de ella. Todo cambio un día, cuando ella decide vender su auto. Al preguntarle su hijo por el motivo de la deuda, ella le cuenta que se le han acabado los ahorros del banco y que necesita hacer unos gastos este mes. Respuesta vaga que lo hace insistir en la pregunta, pero ella continuaba dando respuestas vagas y evasivas, negando que hubiese perdido el dinero en el juego, sin poder argumentar tampoco alguna inversión o gasto.

Cada vez aparecía más evasiva y se negaba a decir en donde había estado pasando el tiempo, siempre decía que había estado con sus amigas, pero ninguna de las amigas conocidas por los hijos daba fe de esto. Todos los días en las tardes o los días en que no trabajaba, eran destinados al juego, que paso a ser el centro de su vida, y aunque sus hijos lo sabían, siempre encubría la cantidad de tiempo que destinaba y el monto de dinero gastado.

En el último año todo empeoro porque el dinero que tenía empezó a faltarle para cubrir sus gastos y responsabilidades financieras, tuvo problemas para girar el dinero de los estudios a su hijo, lo que los puso sobre aviso de que las cosas no iban bien. Los constantes reclamos de los hijos sobre las inversiones que ella hacia terminaba en discusiones que la irritaban demasiado, en la instituto también empezó a tener problemas con los otros socios ya que el nivel de estudiantes había disminuido y veían la posibilidad de cerrarlo, esto le generaba un gran malestar y tensión y sentimientos de impotencia que la llevaban a pensar que la solución estaba en sacar un premio grande, llevándola esto a jugar de nuevo. Cada vez se mostraba más ansiosa e inestable en su personalidad.

En la Ludopatía el objeto aparece como un intangible, una “suerte” un “éxito” una ganancia cuyo soporte real va a ser el dinero, las monedas. Pero va mas allá de eso, se liga a la idea moderna de la satisfacción y la felicidad prometida a través de dinero. Vine a obturar la falla narcista que opera a través de un objeto de consumo. La sociedad moderna ofrece estos objetos engañosos. Es la vía “fácil” para alcanzar lo que generalmente se logra con el trabajo o la sublimación.

La pulsión así se “juega” entre ganar o perder, con las descargas de angustia que se obtiene del perder, apostarse. Resaltándose así una falla en el deseo y quedando atrapado en un circuito de goces que llevan cada vez más a la perdida de subjetividad, se pierde libertad, se pierde voluntad, se aliena el sujeto en el divertimento. Estos goces tienen un plus que es la desintegración subjetiva, se pierden vínculos, amistades, seguridades materiales construidas por años de trabajo. Siempre que se juega esta el fantasma del ganar, pero inconscientemente se juega para perder. Desde una postura Klienina se podría decir que la persona que juega no se siente lo suficientemente buena como para reservar para si mismo los bienes que posee, Las perdidas vienen a situarse como castigos por ser mal jugador, pero también por ser una mala hija, una mala madre o mala esposa. Actualiza así los vínculos de la infancia en dónde se deja a la suerte lo que no se es por si mismo capaz de obtener, se le demanda a la maquina tragamonedas o al tablero del bingo el bien, la seguridad que falto. Surge la repetición y la compulsión de obtener dichas satisfacciones, se olvida de la castración y de la imposibilidad de la completud.

En la ludopatía se niega la pérdida, sabemos desde el psicoanálisis que hay que reconocer la castración; la pérdida para devenir como sujetos, se pierde algo para ganar algo. El sujeto deviene de la perdida inicial que acaba con la completud con el deseo de la madre. La operación de la metáfora del Nombre del Padre permite que a través de sucesivos objetos no incestuosos, se tramite la descarga pulsional.

Cuando la persona con una ludopatía pierde; cae de nuevo en el goce mítico de la madre fálica que lo alienaba a su deseo, pierde su ser y su propio deseo, quedando sumergido en este goce alucinatorio, mortífero. El lugar de juego se transforma en el lugar en dónde puede depositar su angustia, la deposita, la deja, la pierde, contrario a las demás situaciones de la vida en donde “gana” más angustia. Le cuesta estar del lado de la falta, le cuesta vivir su vida con la angustia necesaria que es constitutiva del ser humano para poder crear algo. Es notoria también la perdida del interés por el otro.