viernes, 7 de noviembre de 2008

¿Comes lo que quieres o quieres lo que comes?


Ella se levanta de la cama, lo primero que hace es palpar su panza, se dice así misma –hoy no comerás mas de 500 calorías (suspira)-. En adelante, su día estará lleno de pensamientos, que van desde sus ganas de comer: porque siente un vacío en el estomago que la hace imaginar porciones de comida, sabores y olores, hasta el calculo mental, del numero de calorías que tiene la galleta integral que comió, -como dice ella, para engañar a su estomago.

La alimentación en nuestra época ha adquirido un valor diferente para cada uno de nosotros. La publicidad y los medios nos “llenan” de información contradictoria y errónea acerca de la alimentación, con productos que van desde los mas insalubres hasta los extremadamente dietéticos, que dan la impresión de no estar comiendo nada. Esto genera creencias y actitudes igualmente equivocadas acompañadas de sentimientos de culpa por haber comido, o no, lo “adecuado”.

Los trastornos del consumo como se llama ahora a la anorexia y bulimia, no son algo nuevo. Su origen puede ubicarse en los ayunos de comunidades religiosas o en quienes promovieron las huelgas de hambre como medio de protesta social; sin embargo, estos trastornos se diferencian de estas practicas sociales y religiosas porque se manifiestan como negativa a la ingesta y control exagerado del cuerpo (más allá de lo biológico que pueda ser la necesidad de comer), distorsiones de la realidad, sentimientos negativos y pensamiento obsesivos por la comida.

La anorexia y la bulimia presentan dos expresiones distintas pero relacionadas. Por un lado como un comportamiento consciente, porque quienes lo padecen saben que están enfermos, aunque lo nieguen u oculten deliberadamente, con la suma de la incapacidad de detenerse, lo que se denomina compulsión, por el miedo a perder el control de su cuerpo. Por otro lado como conflicto inconscientemente que moviliza ciertas satisfacciones sustitutivas que se oponen a la relación con los otros, en donde el alimento va a ser ubicado como objeto de transacción. Hay un circuito que va del mayor control sobre el cuerpo, pasando por la satisfacción de lograrlo hasta la culpa que moviliza sentimientos negativos de desvalorización que reinician el ciclo.

Para entender un poco mejor este tipo de trastornos hay que saber que el alimento más allá de cumplir una necesidad vital, es un elemento cultural, social de intercambio. Lo propio del ser humano es el deseo, que desde la filosofía platónica viene a ser lo que impulsa, da vigor y mueve. El deseo se articula con algo que no puede ser expresado en la palabra, es ese: –tengo hambre, pero no sé que quiero comer-. Los dueños de restaurantes, lo usan para darnos un menú. Por el contrario el Goce, que se opone al deseo, es una satisfacción que se obtiene pagando un precio muy alto, la muerte. Quienes padecen de enfermedades del consumo lo atestiguan, las satisfacciones obtenidas aumentan como aumentan sus posibilidades de desintegración.

Actualmente las necesidades de alimentación son falseadas por quienes nos venden productos de consumo. Quienes hacen publicidades saben que el paso de la comida por el cuerpo esta mediado por su valor simbólico, cultural y emocional. El sentido común también lo reconoce en varias expresiones populares como: “No trague entero”, “No se deje meter los dedos en la boca”, “El destino de las naciones depende de lo que comen” (Francés), entre otras. Es por eso que para abordar estos trastornos se reconoce su valor simbólico y vincular del alimento como parte de la historia propia de la persona que consulta. Se plantea una relación a través de la palabra que conduzca al hacer algo con “eso” que nos palpita en la panza y que a veces nos hace comer.